Cada día que pasa, cada año, cada década, estoy más convencido de que al nacimiento de la Música del siglo XXI no vamos a asistir ninguno de los nacidos en el siglo XX o sólo los nacidos en su última década. Quizá sea lo mejor, viendo cómo se han desarrollado estas dos primeras décadas del postsiglo XX, no verlo.
Lo que hoy se crea musicalmente de cierta enjundia no es otra cosa que un remanente del siglo pasado, el resto es símplemente producto de basurero que surge lógica e inexorablemente por el hecho de estar dando auténticos palos de ciego, intentando hacer vanguardia con los principios calcados de los años 60 y 70 del siglo XX, con el barniz espurio de la era «hipertecnológica» y la filosofía de la adaptación sistemática que intenta la simultaneidad con los acontecimientos sociales que se van sucediendo sin apenas variación en nada salvo en la sofisticación de la tecnología electro-Doméstica de la alienación, donde el credo de las transnacionales de la tecnología de la Inteligencia Artificial va marcando la pauta en estrecha relación a los activos especulativos de la cotización económica del sector.
Estos días de vacaciones dedico cierto tiempo a leer y escudriñar textos y artículos sobre las últimas tendencias académicas vanguardistas en Alemania o Austria, y la sensación de tristeza y desconsuelo con la que acabo es inconmensurable, no se vislumbra otra cosa (con la perspectiva que puede aportarme el hecho de llevar ahora casi cuatro años desvinculado del academicismo) que la historia no solo ha degenerado, a la misma o más velocidad que lo está haciendo la sociedad, sino que se ha enfatizado aún más el bucle de autosatisfacción onanista individual que repite una y otra vez formulaciones ya saturadas desde hace décadas. Es absolutamente lamentable y descorazonador.
Sobre los neotonalismos absurdos y el «naifismo» imperante del minimalismo más cutre prefiero ni opinar. En cuanto a la producción de la Industria Popular ni la contemplo porque evidentemente está fuera del concepto de Música, por lo que aquí no pinta absolutamente nada, salvo quizá como soma para aficionados y analfabetos del sentir, y para la especulación bursátil, por supuesto, un nicho de mercado trascendental. Aunque he de reconocer que este último es un submundo en el que algunos nos vemos obligados a aventuramos de vez en cuando para conseguir algo de calderilla destinada (cuando se consigue) a proyectos propios, una especie de «hacer la calle» necesario hoy en día, donde el dinero fluye con cierta asequibilidad, el problema es que las esquinas donde ejercer hoy padecen overbooking de oferta de fauna indistiguible, deforme y desdentada, auténtico lumpen del discernimiento, por lo que se hace extremadamente difícil mantenerse ahí mucho tiempo sin enfermar de gravedad.
Hoy 28 de diciembre todo el panorama parece una inocentada grotesca y de mal gusto, pero no lo es, simplemente es una realidad palpable en la que se trabaja ciegamente en los centros académicos de esos países autoerigidos en vanguardias indiscutibles del mundo sinfónico.
Esto lo escribí hace unos meses «por intuición» cuando hablaba con algunos compañeros, hoy lo he comprobado in situ. Desolador. Aunque también he de ser honesto y reconocer que otros campos del Arte, viendo lo que he visto recientemente, están exponencialmente peor, pero eso al parecer en esos gremios no despierta la más mínima preocupación, lo que es bastante sintomático de qué tipo de gentes lo conforman.