Archivos para agosto, 2021

UN CONSEJO (vendo y para mí no tengo)

No es nada bueno ser soberbio, es una clara muestra de inmadurez, inseguridad y debilidad a raudales, la humildad es una virtud importante salvo cuando se es en demasía.

Cuando un «niño», un rústico o un imbécil clínico te trata con condescendencia es muestra inequívoca de que has pecado gravemente de exceso de humildad. El idiota inapelable tiende a la proyección sistemática, respeta la soberbia tomándola por convicción y fortaleza de carácter, mientras que confunde la humildad con el síntoma palmario de la estupidez.

Ser soberbio es realmente patético pero pecar de excesiva humildad y asequibilidad es exponencialmente peor, a la vez de constituir un verdadero vórtice del que brotan los idiotas con sus problemas derivados que atraen y traen consigo.

De haber podido ser Dios cierto – cosa realmente difícil o completamente imposible – en su sentimiento de empatía infinito hacia su creación «racional» y su obsesión compulsiva por encauzarle por el camino contrario al de su necedad intrínseca, una muestra de exceso de humildad hubiera sido el hecho de enviar a su único «hijo» a convivir y «salvar» al hombre. De haber sido un dios realmente (y no una simple quimera) hubiera sabido el desenlace final desde el principio y por tanto dilucidado la patética esterilidad de su empresa, ergo, como «Dios» falible y cándido que es, pero no estúpido, ha aprendido a la primera – y por las malas como es lógico, que para eso está hecho a nuestra imagen y semejanza – y lo siguiente que envía es un calentamiento global, que constituye una especie de diluvio pero esta vez sí que a nivel universal.

El bonito cuento de Dios nos enseña que un exceso de humildad derivado de la empatía en demasía en un mundo de imbéciles te conduce inexorablemente a ser crucificado por imbéciles. Dios, de haber existido, sería un niño con síndrome de tourette.

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SILENCIO

Publicado: agosto 17, 2021 en Formación Musical

Existió un tiempo en que no podía pasar un solo momento sin la presencia de la música, hasta por las noches la utilizaba para conciliar el sueño, hoy ya intento evadirla, y por supuesto la costumbre de orquestar mi tránsito onírico ha quedado obsoleta, porque no existe nada más estúpido que desperdiciar el silencio.

El silencio, que es como el aire puro, como el agua de un manantial, tan escaso, valioso y codiciado como el oro o el diamante. Cuando un Músico ha trascendido lo suficiente como para no necesitar de su alimento «espiritual» y necesita sustituirlo por su completa ausencia, es muestra inequívoca de que incluso ha trascendido a su propia vida y comienza a dar el valor objetivo a la condición material de la misma.

Utilicemos un símil adecuado para describir convenientemente la irrevocabilidad de la idea:

Perdido el pulso, y su sonido ser sustituido por su silencio, es inevitable la subsiguiente pérdida de la vida, perdida la necesidad de mantener el primero se pierde la posibilidad y el sentido de mantener la segunda.

Sin embargo no es tan fácil porque no es la ausencia de vida o la incapacidad de percibir el sonido lo que garantiza el silencio, ambas condiciones son excesivamente ruidosas, sino que son la vida plena y un oído completamente funcional los condimentos que se necesitan para poder escuchar el silencio en toda su excelsa inefabilidad.

Estar preparado para enfrentarse a la muerte es un paso tan trascendental y poderoso como lo es el estar preparado para escuchar el silencio.

«Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo.»

Ludwig Van Beethoven