UN CONSEJO (vendo y para mí no tengo)
No es nada bueno ser soberbio, es una clara muestra de inmadurez, inseguridad y debilidad a raudales, la humildad es una virtud importante salvo cuando se es en demasía.
Cuando un «niño», un rústico o un imbécil clínico te trata con condescendencia es muestra inequívoca de que has pecado gravemente de exceso de humildad. El idiota inapelable tiende a la proyección sistemática, respeta la soberbia tomándola por convicción y fortaleza de carácter, mientras que confunde la humildad con el síntoma palmario de la estupidez.
Ser soberbio es realmente patético pero pecar de excesiva humildad y asequibilidad es exponencialmente peor, a la vez de constituir un verdadero vórtice del que brotan los idiotas con sus problemas derivados que atraen y traen consigo.
De haber podido ser Dios cierto – cosa realmente difícil o completamente imposible – en su sentimiento de empatía infinito hacia su creación «racional» y su obsesión compulsiva por encauzarle por el camino contrario al de su necedad intrínseca, una muestra de exceso de humildad hubiera sido el hecho de enviar a su único «hijo» a convivir y «salvar» al hombre. De haber sido un dios realmente (y no una simple quimera) hubiera sabido el desenlace final desde el principio y por tanto dilucidado la patética esterilidad de su empresa, ergo, como «Dios» falible y cándido que es, pero no estúpido, ha aprendido a la primera – y por las malas como es lógico, que para eso está hecho a nuestra imagen y semejanza – y lo siguiente que envía es un calentamiento global, que constituye una especie de diluvio pero esta vez sí que a nivel universal.
El bonito cuento de Dios nos enseña que un exceso de humildad derivado de la empatía en demasía en un mundo de imbéciles te conduce inexorablemente a ser crucificado por imbéciles. Dios, de haber existido, sería un niño con síndrome de tourette.