Momentos cuescano-manchegos de Don Alfonso
(Siento la publicidad que aparece en el blog pero «me la meten» sin poder evitarlo, como todo en la vida.)
John Cage, con su 4’33” quizá cumplió una función importante, esa experiencia fue concebida para ese momento y para ese fin, hacer escuela con el “estilo” hubiera sido patético además de haber tenido un recorrido bastante fugaz, por supuesto, el número de compositores e intérpretes se hubiera disparado exponencialmente, lo que hubiera agradado a aquellos que hablan de la “democratización” de la música, haciendo un negocio increíble a base de rebajar los niveles creativos y perceptivos de la misma a cotas subterráneas. Esto que parece una perogrullada sin embargo dista mucho de serlo realmente, porque algo muy similar a aquella “subversión” como es el Minimalismo, que tuvo su función, tan puntual y simple como la propuesta de Cage, sin embargo, ha creado escuela y estilo hasta tal punto que desde hace tiempo lo ha invadido absolutamente todo, consiguiendo esa “democratización” y por extensión ese patético y boyante negocio.
Folleta: “Entonador” “El que afuella en una fragua o en un fuelle de órgano”. Follador, follarate (Alcalá S/318).
Minimalismo: Tendencia artística que reduce al mínimo sus medios de expresión (Una excusa atractiva e indiscutible para reducir también la creatividad y la apreciación estética también al mínimo por supuesto).
Imaginen un ascensor amplio, con capacidad para 20 personas, donde han convergido 10, es decir, el habitáculo se encuentra al 50% de su capacidad de fábrica, todos provienen del comedor de la empresa, han concluido su hora de comida y vuelven al puesto de trabajo. El artilugio en cuestión queda de pronto parado por un corte de luz entre dos pisos, estos están separados por una entreplanta por lo que donde debería haber una puerta encontramos un muro de hormigón, la ventilación es escasa y las luces de emergencia han comenzado a funcionar dejando el cubículo sumido en una penumbra de tenue iluminación concertística.
Después de dos horas, cuando el período de contención social llega al límite en un entorno enclaustrado, se da la experiencia estética minimalista. Una persona de las diez comienza a sentir escalofríos y sin mover un dedo de los veinte se dice – “ay Señor, qué situación más mala” – la cosa empuja e irremediablemente lo que la naturaleza dispone no hay un Dios que lo pare, luchando con toda sus fuerzas por despojar su ventosidad de lo sobrante para no delatar su posición, manteniendo lo esencial, el metano, es decir, el “follador” desprende al cuesco del subyacente ruido, quejido, flatterzunge esfinteniano, y gesticulación, tanto la de contención o esfuerzo del a priori, como la de relajación o consecución del a posteriori, metano en esencia, sin previo aviso, sin grito entre los riscos, sin levantamiento de cejas, tensionado mandibular, guiño de ojo o sonrojamiento de culpabilidad, gas natural recién expelido, con todas sus propiedades básicas, sin añadidos, conservantes ni edulcorantes, un auténtico follón natural del mismo metano de la atmósfera primigenia de nuestro planeta o de los mares de la luna Titán.
La nube asciende, ya que el aire caliente, como en las lluvias convectivas, tiende a elevarse, llegando así a las narinas atrapadas del respetable. El primero en sentir el latigazo es el de mantenimiento, justo detrás, esboza instintivamente un – “¡La Virgen, pero esto qué es!” – sotto voce, ha presenciado el ascender de la célula gaseosa como un globo meteorológico, de los que se confunden con los ovnis, de esos de los que das testimonio y nadie te cree, como nadie en su sano juicio creería que la de contabilidad se hubiera liberado con ese arte sobre, literalmente, la presencia de este hombre zaherido. Instantáneamente se ahueca el lugar del impacto, la zona cero, colocando todo el conjunto sus respectivas espaldas y órganos colindantes contra las paredes del ascensor, hago hincapié en lo de “colindante” porque hay cuerpos que no dejan muy claro la lógica de sus constituciones. Todos se miran mientras el hedor invade el claustro, las miradas perimetrales se suceden intentando localizar al francotirador “follarate” por cualquier gesto minimalista que pudiera delatarle pero al tratarse de un contexto estético minimalista, nadie mueve un solo párpado, mientras el metano invade sus pulmones, reseca sus gargantas, nubla su retinas, blanquea en ciertos casos de hipersensibilidad o reacción alérgica a los “fuelles” los iris, cuartea el cristalino, nubla los sentidos y destiñe los cabellos mientras genera alopecia en cejas y cierra en sí mismas retrotrayendo las pestañas. De nada sirve contener la respiración, es más, es algo contraproducente ya que cuando se insiste en la apnea y la demanda de oxígeno te desborda, la necesidad de aspirar triplica la cantidad de gas absorbido y claro, el gas se mezcla, por lo que con el oxígeno vivificador va todo lo demás, en definitiva, fumas por tres.
Acto seguido, cuando parece que aquel “artefacto” comienza a formar parte de un negro (por su origen) y turbio (por el efecto perturbador sobre la visión y el discernimiento que provoca) pasado, ya sea porque el gas ha penetrado escapándose por los minúsculos huecos que permanecen entre ascensor y pared, ya sea porque el ser humano posee una capacidad de adaptación fabulosa y es capaz de mitigar el sufrimiento, acostumbrándose a las dificultades en tiempo récord, un nuevo petardazo con silenciador y sin retroceso fluye como geyser en Yellowstone, se eleva por el espacio libremente, ya emancipado, pero no por el tiempo, porque éste da la sensación de haberse parado para siempre, proviene de otro emisor que simpatizando con el precursor ha liberado toda su presión social de un solo disparo. El procedimiento es exactamente el mismo, ni un gesto, ni un movimiento, tan siquiera en los párpados, minimalismo en esencia, sin ruido, sin levantamiento de pierna, sin un antes y un después. Se trata de una propuesta nueva, diferente, con pequeñas variaciones, con toques de roble, hortaliza y sobre todo legumbre abulense, del Barco. La nube pútrida sigue el mismo proceso convectivo de su predecesora, creando otro tipo de tensión y ahondando en la crisis existencial del respetable (ya menos), el de mantenimiento, con este segundo, con su honra ya por los suelos, decide dejarse llevar y mitigar la pena pasando a la acción también.
Imaginen el mismo proceso durante tres horas, con emisiones constantes y celosamente periódicas, ad libitum de los diferentes comensales del banquete, un “follo” acá, otro “follo” acullá, porque tras la cuarta o quinta microvariación el aire comienza a cambiar de propiedades físicas y su densidad deja de ser respirable, haciéndose necesarios cubiertos y vajilla para ser asumido por los allí presentes. Son repeticiones exactas de los mismos procedimientos sencillos y desprovistos de todo añadido o ademán innecesario, son esencia, con leves variaciones que dependen del proceso digestivo de cada intérprete, el ordenamiento es aleatorio, es decir, se va soltando fuelle según los procesos intestinales van desarrollándose sin posibilidad de interrupción, sin prisas pero sin pausa, una experiencia escatológicamente minimalista.
Si todo hubiese quedado en aquel elevador-laboratorio la cosa no hubiera pasado a mayores, el problema es cuando la luz vuelve, el ascensor hediondo, grávido y cargante, retoma su camino y al llegar a su destino deja escapar a la orquesta-auditorio expandiendo sin control toda esa creación por absolutamente todos los habitáculos del edificio, difunde junto al olor, la desidia, la falta de decoro y la desinhibición connatural en el sopor que provoca tal concentración de gas tóxico. Las puertas se abren de par en par, la leche de la máquina de café se corta al instante por supuesto, del engendro mecánico surgen figuras humanas desdibujadas, arrastrando los pies, con el pelo mudéjar, como con mucho yeso y espigado, las vestimentas raídas, como si el peso acumulado de todas las horas extras impagadas del mes hubiera sobrevenido en el lapso de tres horas intensas, con los años de envejecimiento que producen las experiencias cercanas al límite, la piel seca, cuarteada, las pupilas paelleras, grandes y negras como el fondo de la olla de un pastor, al borde del descorche por no pestañear en las penumbras nebulosas donde no se percibe quien está en vanguardia y quien en retaguardia, con fulgurantes oscilaciones a lo Marujita Díaz, con la mente estancada en la ignorancia de quien fue el o la “vanguardista” (salvo para el de mantenimiento que tiene grabada a fuego la primera experiencia y la situación geográfica congelada en su mente y que se debate entre ambos extremos térmicos por la fiebre) que abrió el tarro de las “esencias”, pero con el convencimiento absoluto por parte de todos de haber sido partícipes activos de la primera promoción de la nueva escuela creativa y/o experimental ejemplificadora del trabajo en equipo.
El problema, insisto, sobreviene tras la invasión de los espacios comunes por parte de los efluvios, todo el personal entonces y sin excepción comienza a sentir la influencia liberadora de crear tendencia y da rienda suelta a “follear” como si el mundo estuviera a punto de acabar, incidiendo en no quedarse con nada para sí, como si nadie desease hacer escándalo en el espacio exterior una vez muerto, dejando un completo vacío interno en perfecta comunión con el externo cósmico, ser, una vez yerto, todo lo comedido que no se fue en los últimos momentos de vida. ¡El edificio rebosaba creación!
El Minimalismo jugó una función, hacer escuela de ello es simplemente escatológico. Hablen por lo tanto de minimalismo, si lo creen estrictamente necesario, desde la perspectiva tribal, pedagógica, incluso desde una visión mercantilista y podremos debatirlo, obliguen a rebajarnos a lo infame asumiendo que debemos escribir “eso” como conditio sine qua non para poder acceder a las rebajas alimentarias de los supermercados y no acudir a los bancos de alimentos, pero nunca me lo expongan desde una dimensión creativa, no desde el proceso compositivo. Aunque reconozco que escribir obras de esa forma, si además las aderezas convenientemente con suficientes elementos aleatorios, que permitan al intérprete asumir ristras de obras con el menor esfuerzo, sin estudio y dejándole hacer lo que le salga del triángulo de scarpa cuando proceda, y pocas notas a ser posible (como decía uno “se pueden hacer grandes obras con pocas notas, no como otros”), te permite estar siempre en los programas de concierto, que tu obra sea interpretada constantemente, grabada en CD, ya que su “dificultad” interpretativa es adecuada para hacer 10 de un tirón en una sola toma, y por supuesto serás un referente en el arte actual y figurarás en las enciclopedias especializadas del gremio, escribirás la banda sonora de miles de películas y las sociedades gestoras de derechos recaudarán por doquier hasta hacerte autosuficiente. Por lo que engañen al público con sus “músicas”, argumentos academicistas mediocres y procederes procústicos, pero a mí no me vendan sus mierdas, nunca mejor dicho, que yo me dedico a esto, sigan en sus bandas sonoras, sus televisiones y sus anuncios pero dejen de ocupar un espacio en la episteme de la composición musical. Es mucha “pasta” y popularidad con el mínimo esfuerzo lo se, muy capitalista todo.
Salvando la infinita distancia, si las “Gracias y desgracias del ojo del culo” del gigante Quevedo son veneradas, comenzando por el que suscribe, permítaseme, como simple aficionado a formular disertaciones banales, que “suelte” mi variación para expresar mi parecer sobre cierto segmento de “creación”, que lejos de desaparecer permanece, no como lo relatado más arriba, que tarde o temprano “se va”…
P.D. Sobre el neotonalismo o la tonalidad hoy, desde la perspectiva compositiva, no hablo porque las actividades de los vivos pueden generar discordia y desazón, pero convivir y tratar “creativamente” con lo que ya hace mucho tiempo está muerto, o es necrofagia o es necrofilia y ambas cosas me dan muy mal rollo. De los fabricantes de puzzles con el software de turno, provengan del conservatorio más elitista de la Alemania recesiva, de la universidad puntera empresarializada de EEUU, o del engendro más pavoroso, ergo, poderoso de la Industria, me va a permitir que me abstenga porque aquí hemos venido a hablar de Música no de productos del mercado electrodoméstico.
Por cierto, ¿Cómo podría titularse la obra escenificada en el ascensor? Es muy “contemporáneo” y “vanguardista” poner títulos académicos y rimbombantes a gilipolleces repentizadas o improvisadas por lo que anímense a participar, pero sean creativos, se trata de vender esto a entes que salvaguardan la cultura, por lo que aunque la materia prima, el cuesco esencial, o la esencia del cuesco si es con sordina, sea soez, el mensaje estético y el título deben evocar lo que provoque el orgasmo intelectual de los adinerados analfabetos. Si conseguís subvención me propongo como director del ensemble fétido, desde el otro lado del muro por supuesto.
Alfonso Ortega Lozano

Las malas experiencias en lugares cerrados dan la sensación de triplicar la humanidad inicial.