Archivos para agosto, 2019

Es verdaderamente ridículo todo esto, la «filosofía» (perdón por utilizar este término para conceptuar cualquier teoría capitalista) del Capitalismo, el peor cáncer que la mente enferma y subdesarrollada del engendro más infame, puerilmente avaricioso y estúpidamente soberbio que ha podido resultar de la «Evolución», el Ser Humano, que ya siendo parte de la idiosincrasia del engendro en cuestión, considera un acto de Inteligencia incostetable el hecho de sacar provecho hasta exprimirlo de cualquier recurso, siguiendo la estúpida carrera del virus que matando al huesped se mata a sí mismo (aunque no se extinga, porque incluso el virus es infinitamente más «inteligente»), muy lejos incluso de la lógica del infame parásito, que le sobrevive. Y es un acto de Inteligencia indiscutible porque forma parte del propio instinto de gilipollas connatural al engendro, que bajó del árbol, aprendió a utilizar herramientas, luego a fabricarlas, llegando a un estado de sofisticación tecnológica inpensable, en constante crecimiento, a la vez que, paradójicamete, en cuanto a sofisticación del discernimiento quedó anclado en el día siguiente de bajarse del árbol (que seguramente fue un domingo después de misa). Y es inteligente porque claro, ¿quién puede contraargumentar esto? «Soy el que más tengo y por eso soy el más listo». Así está el tema tras un cuarto de millón de años desde aquel día en que un mono se puso a hacer equilibrios sobre dos patas.

Es realmente lamentable (y yo al menos me sigo frotando los ojos cada día) observar cómo nuestro mundo, el del Humano, porque el Planeta seguirá aquí después de nuestra saludable extinción, recuperando el oxígeno a bocanadas, recuperando vida y energía, como el enfermo que ha superado una enfermedad mortal y ha visto sentarse a la muerte a los pies de su cama, cómo nuestro mundo (retomo) se va a la mierda a la velocidad de la luz ya, nos han abocado a una tragedia suicida sin precedentes que les lleva (nos lleva a todos) a la extinción, y van a estar pensando hasta el último segundo antes del finamiento, con su Inteligencia desbordante e indiscutible:

«¡¡A ver qué tajada puedo sacar de esta nueva coyuntura, esta oportunidad que se me ofrece, antes muerto que no ser un emprendedor libertario!!»

🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣

Realmente esta Especie, que lo fue y que ahora ya no se sabe ni lo que es, es patética.

¡Venga, listos del mundo, que lo dirigís tan sabiamente que en menos de 200 años estáis acabando con él, con vuestra «filosofía» de machote y mono-Dios todopoderoso, corred a incar vuestro escólex (de parásito, tomadlo como un cumplido) en el último reducto limpio de la Tierra para extraerle hasta la última gota de la mierda que os de poder, control y por supuesto sexo esclavo, que el cronómetro ya se ha iniciado.

Decirse «hasta luego Lucas» en el mismo instante de diñarla con el móvil de última generación fabricado con tierras raras de la Antártida, convertida en chiringuito playero con 200 mil millones de misiles en la trastienda (uno para cada hormiga) debe de ser emocionate (grabarlo, subirlo a YouTube y convertirse en influencer para las cucarachas que sobrevivan debe proporcionar hasta fugaz orgullo y unos padres satisfechos de la proyección de su hijo, padres e hijo, acto seguido, muertos claro), nos vamos a morir todos tios pero vamos a tener una computación, una IA y una cobertura de puta madre… ¡Felicidades!

P.D. Me voy a escribir música, o lo que sea esto, porque con algo tendrán que divertirse las amebas y los insectos que aquí queden.

Ah, y no se os olvide hacer mucho ruido hoy, todo el que podáis, así no pensáis.

Fuente y fotografía de http://www.metro.pr

https://www.metro.pr/pr/estilo-vida/2019/08/23/cambio-climatico-despierta-codicia-artico.html?fbclid=IwAR1DCk8hS6s51oKqzrflm4PUB1RVh983hnNEQ9v0LgIBF-m659HNIDXGHFs

 

Groenlandia

Anuncio publicitario

El numen es ese instante angustiosamente inasible que se oculta cuando percibe el hedor del imbécil molesto, que nunca falta, merodeando por las inmediaciones. El ruido, principal residuo del idiota, es el depredador más voraz de las musas.

No soporto la pestilencia del ruido gratuito y futil, la halitosis podrida del imbécil.

Supongo que hay una inmensa mayoría de seres que acabarían recurriendo al suicidio si leyesen un libro, percibiesen el latido de su corazón o fueran capaces de estar más de 5 minutos sin escuchar otra cosa que a sí mismos o el movimiento de las hojas de los árboles.

Calma por favor o pinchense los ansiolíticos que necesiten, a ustedes, a sus familiares y a sus mascotas, dejen de coartar a los demás la libertad de escuchar lo que deseamos escuchar, compren un orinal acústico para escupir toda la mierda innecesaria que no puedan contener.

Gracias.

P.D. Lo más gracioso es que luego estos contaminadores en horda son los más beligerantes y «sensibles» con los estudiantes de instrumento, que con todo cerrado e incluso insonorizado, se les va la vida en la búsqueda incesante de la excelencia. En fin, las margaritas y los cerdos, ese binomio tan mal avenido…

Una de las excrecencias más repugnantes del capitalismo es que todo constituye un artículo convenientemente etiquetado con su precio, el silencio con el subyacente poder de concentración es de los más caros de adquirir en el escaparate de los derechos fundamentales.

68482113_10156325893172761_9155022111989825536_n

Ahora, con la realización de un anhelo arcano, con el que solo había tenido contacto directo por ingente bibliografía, que en mejor o peor estado (dependiendo de las veces que haya caído presa de mis relecturas) conservo en casa, y como visitante o turista arqueológico, como digo, una vez experimentado ese anhelo y habiendo templado ya la emoción que aporta la praxis en todo primer contacto, llego a la conclusión de que siento una enorme sana envidia por lo arqueólogos.
Por un lado, no me ha decepcionado en absoluto, aunque no he llegado a meter pico y cepillo fino, sino del gordo a la vez de haberme permitido (demostrando una confianza un tanto temeraria por su parte) clavar algunas ferrallas de acotación, sino que me ha emocionado hasta tal extremo que hoy por hoy, estaría dispuesto a recorrerme y realizar un máster en peonaje voluntario por todas las excavaciones prerromanas de la Península, todo esto es lo que me quedo, pero hay una parte amarga que sufro en la extrapolación, indebida por supuesto, pero inevitable.
La envidia (sana por supuesto porque sigo pensando que a estas gentes todo apoyo que reciban y reconocimiento es del todo insuficiente) se basa en la siguiente comparación (siempre odiosas):
Los arqueólogos deben tener una vocación a prueba de bombas, no menos ni más que el compositor sinfónico (e infinitas ciencias y artes por supuesto, pero ahora estoy con mi experiencia no con la del resto del mundo), las complicaciones del día a día y la coyuntura social supone un constante contratiempo a la perfecta, o al menos, suficiente actividad insita de la profesión en cuestión, pero, y aquí es donde mi “dolor” se vuelve punzante. Su trabajo, por calendario académico, ergo laboral, se desarrolla si o si en periodo vacacional, el trabajo compositivo serio, no el de “matacaballo”, que es el que se realiza normalmente en una estúpida dinámica acumulativa e hiperproductiva absolutamente grotesca, ese trabajo, como digo, se realiza con calma en ese periodo liberado, una vez que sin carga lectiva y laboral la mente se desliga por completo del corsé que oprime la creatividad y solo desde esa libertad puede dedicar uno todo su discernimiento a la investigación, sobre todo de uno mismo y por ende al de la creación y el crecimiento de la obra propia.
El arqueólogo realiza su trabajo en un contexto (temperatura o inclemencias climáticas a un lado) más o menos íntimo, el equipo, algún mirón o pesado (como el que suscribe) que se infiltra en la excavación, pero no están siempre por suerte para ellos, por lo que no suponen una interferencia seria. Los trabajos se realizan en lugares generalmente apartados, tranquilos en cierto modo, solitarios, silenciosos, donde el poder de concentración y discernimiento pueden llegar a cotas tan elevadas que el análisis y la productividad alcanza momentos de paroxismo y éxtasis. Las gentes acuden y ellos en su inconmensurable labor, en cierto modo muy creativa, y tremendamente pedagógica, muestran su interpretación del pasado (pero pasado al fin y al cabo), después le sigue un trabajo de catalogación, estudio y principio de conclusión científica de todo lo realizado, dando paso a escritos, artículos, tesis, libros, etc. Esto es Facebook, hay mucho más pero el espacio expositivo no es el de un libro o un relato corto, por lo que hasta aquí llego.
Como compositor sinfónico, dependo por completo de la soledad, la tranquilidad, y el poder de concentración y discernimiento que solo otorga el silencio. Los arqueólogos en definitiva no necesitan del oído y el silencio absoluto para desarrollar su trabajo, toda su utilería al completo se concentra, insisto, en mi caso, sola y exclusivamente en el oído (soy consciente de el personal no entiende el concepto pero debo subrayarlo.
Mi contexto climático es algo mejor, pero solo en apariencia, ya que para el proceso creativo-crítico, en los veranos que se nos están quedando, porcentualmente son mucho peores.
Nosotros elegimos para realizar nuestros trabajos un lugar apartado, tranquilo en cierto modo, solitario (vivimos en el límite de la localidad y fue buscado), silencioso, donde el poder de concentración y discernimiento pueden llegar a cotas tan elevadas que que el análisis y la productividad alcanza momentos de paroxismo y éxtasis, sin embargo y para sorpresa y frustración, casi nada de eso se cumple, en verano, absolutamente nada de nada, ya que jamás falta la intrusión en modo de incursión de polución acústica del perro anfetamínico de algún oligofrénico colindante, o el ataque expreso del hijo inadaptado de las hordas que en verano asolan todo el sentido del por qué dejaste la ciudad y te viniste a desaparecer en un pueblo (desaparecer…¡las ganas!), o la actividad constante a modo de stor hortera que promueve no la diversión, sino el desenfreno y la invitación al desparrame más grotesco y ridículo, espoleando a niños, muchos ya con pelos en las piernas, a vomitar toda la frustración acumulada en un pequeño lapso de tiempo, por lo que silencio, tranquilidad, paz y concentración, en comparación con los arqueólogos 0. Benditas inclemencias del tiempo comparado con esto que Schopenhauer consideraba un cáncer del conocimiento como es el ruido gratuito producido por los engendros de la incontinencia.
Si tras todo esto, consigues unir dos sonidos con cierta coherencia las gentes acuden (en pequeño número) a escuchar la interpretación del futuro, o mejor dicho del presente, donde rara vez tienes tiempo o coyuntura para explicar qué se ha trabajado y ahora se expone, es decir, que tras meses de trabajo, nadie en el auditorio entiende realmente nada, y tras eso, no viene nada, porque la mayor parte de la veces no se va a volver a interpretar, a no ser que cuando mueras, alguien, totalmente ajeno, pueda vivir de ello y la maquinaria IPY “interpretación de pasados y yertos” pueda convertir el “producto” en activos discográficos, académicos, literarios o de cualquier otro tipo siempre que sean activos con los que se puedan comerciar y tú seguir pudriéndote, ahora mientras crías malvas, donde antes criabas geranios.
Paradójicamente mi profesión es la que elegí y con la que soñé desde pequeño, eso no es óbice para que de vez en cuando, tras los fines de semana de verano, siempre difíciles, uno caiga en la fácil actitud de la lacrimógena comparación como desencantado habitante perenne de un pueblo.
En definitiva y termino señoría, qué envidia (sana pero envidia al fin y al cabo) me dan los arqueólogos y como me gusta su profesión, de la que alguna vez más espero disfrutar con pasión.
P.D. ¡¡Qué calor pasáis, pero que suerte tenéis cabr….!!
Arqueocomposición