Si tengo en cuenta que la historia se dilucida con perspectiva desde el presente y en el pasado se encuentran las claves del futuro, debido a lo previsible e inmutable de un ser acabado como es el Ser Humano, mi valoración de los grandes Maestro de la Música, con la perspectiva ética que puedo discernir a día de hoy, comienza a estar más que en tela de juicio y en consecuencia, la creencia, ateniéndome al pasado (y también al presente, tengamos en cuenta todos los factores), de que la creación del futuro conseguirá un mínimo de dignidad con respecto al hoy y al ayer es completamente descartable. Sin embargo, y como postrer canto socorrido, y quizá estulta, a la vez que pueril, esperanza del instinto de supervivencia y “SuperYo” occidental en el que he sido adoctrinado, quiero intuir autenticidad en ciertos momentos de originalidad indiscutible (solo para mí) a lo largo de la historia; una vez discernido esto, paso a preocuparme de todas esas inquietudes, igual o infinitamente más auténticas que se han plagiado, por esos indiscutibles trascendidos, o perdido para siempre debido a que la oficialidad, valía y entidad de la creación verdadera, ateniéndome al presente, ha estado siempre subyugada a una panda de cretinos, estultos e imbéciles que han conformado arbitrariamente una estética arbitraria también tan válida, o mucho menos, que cualquier otra estética paralela dentro de una infinidad de posibles en sus respectivos presentes, ¿por qué no tan zafios en sus valoraciones, mediocres y serviles como en el presente? Realmente la creación de hoy es patética y falta de la más mínima originalidad e inquietud hasta lo infame, ¿quién me asegura que no siempre ha sido así, salvo aquellos que creen en la máxima de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y el paso del tiempo convierte en obra de arte hasta la mierda más recóndita e infumable en su tiempo mientras desconoce un tesoro que por no conocer no garantiza su inexistencia? Cuando el parámetro fundamental en la catalogación de algo como obra de arte es la arbitrariedad de la oficialidad y la anacronía, al abrigo de un método supuestamente analítico, cuya base de comprobación navega en océanos de desconocimiento de una gran parte de la producción del pasado, de aquellos que no pasaron el filtro de la oficialidad sincrónica (de Aquellas sobre todo), obviamos el método científico y por lo tanto la veracidad, cayendo sin remisión en el reino del gusto y la opinión, sabiendo el verdadero cáncer estético que conforman ambos conceptos a la objetividad que supuestamente persigue la expresión artística (procesos catárticos subjetivos aparte). Es tan difícil morir pensando en la posibilidad de haber dedicado toda una vida a una patraña, y es tal la evidencia y garantía que aporta para descubrir al charlatán y al falsario el hecho de que el mismo no se lo haya planteado nunca.
Si se pierde la Fe en la «creatividad» se pierde la perspectiva, cuando se abraza la Fe se pierde la Ciencia y con ello se ampara la falacia del Arte.